¿Drácula, Dracul, Vlad?
“Historietas (que) despliegan la ironía brecciana en su grado más cáustico y ponen en evidencia una serie de operaciones de parodia y de sátira, evocando la cruel realidad de la Argentina bajo el terrorismo de Estado”, escribe Caraballo en referencia al penúltimo relato del libro, planteado efectivamente en el contexto de una Buenos Aires dictatorial y con unos generales muy parecidos a los que por la misma época estaba dibujando para Perramus, la excelente saga que creó con Sasturain, sólo que en color. Y con un Drácula que termina asustado por el horror que ve a su alrededor (cuerpos picaneados, ejecutados o reprimidos según el caso) y debiendo recurrir al Jesucristo de una humilde parroquia para hallar un poco de sosiego y fe. Ironía en estado extremo que Breccia también aplica en los otros episodios (sólo que ubicadas en otras ciudades o regiones) y que habilita a preguntarse por su interés y motivaciones. ¿Qué lo llevó a escoger un personaje tan “gastado” por infinidad de versiones en cine, radio, televisión y por su puesto historieta como Drácula? ¿Cómo se ubica esta obra respecto a las otras del mismo periodo y qué peso o valor tiene en su conjunto? ¿Cómo impactó en la historieta el hecho de que, a diferencia de todos sus trabajos más famosos, se haya hecho cargo en exclusiva del guión?
Patricia Breccia, hija de Alberto y también dibujante, se recuerda visitándolo en su casa de Haedo y conociendo de primera mano ese nuevo proyecto en el que estaba trabajando. “Iba todos los fines de semana y veía los avances. Me acuerdo todo: el proceso de creación, su entusiasmo, las ganas de ver qué pasaría cuando saliera”, relata. “Desde el primer momento su objetivo fue hacer a Drácula pero como sátira. Una adaptación fuera de lo convencional. ‘Me quiero cagar de risa yo’, me decía. ‘Me quiero divertir’. Tenía una obsesión con la injusticia, siempre la tuvo, y quería que ahí también estuviera presente”, cuenta respecto a esa preocupación latente en muchas de sus obras y que en este caso se verifica cuando –pese a no dejar de estar subrayado en sus rasgos y acciones más temibles– Drácula se quiebra y muestra su costado más humano o vulnerable.
“El Viejo agarra los tres estereotipos más fuertes del personaje que son la mordida, la sangre y su condición vampírica y los da vuelta”, analiza Sasturain. “Con la mordida resulta que por sus colmillos necesita ir al dentista y el asunto no concluye de la mejor manera. Con la mujer que vampiriza, termina enamorado y ayudándola insólitamente con una transfusión. Y con la sangre, elemento de terror por antonomasia, es él quien termina aterrorizado ante los crímenes de la dictadura y hasta recurriendo a Dios”. En todos los episodios la narración es una secuencia muda que parte casi siempre del famoso castillo del conde, su lugar seguro en el mundo, para descender a la frustración, al peligro, al horror. O sea, la ciudad de los hombres. “Ahí, en ese ir hacia al carnaval de Venecia, los bares de Baltimore o las calles de Buenos Aires, se puede ver cómo rompe la estructura de la página: cómo arma los cuadros verticales, horizontales, cambiando continuamente la ubicación y los tamaños para darle vértigo a la narración. Al no estar condicionado por la necesidad de meter los globos, se ve que trabaja más liberado”, describe Sasturain. “Cambia continuamente el encuadre de la cámara y eso le da un dinamismo especial”.
Editado como libro a principios de los 90 en Francia (donde de inmediato fue saludado por la crítica, consigna Caraballo), ¿Drácula, Dracul, Vlad? ¡Bah...! tuvo su primera publicación serializada entre el ‘83 y el ‘84 en la revista española Comix Internacional, donde el autor compartió páginas con otros argentinos notables (Juan Giménez, Francisco Solano López y Horacio Altuna, entre otros) y pudo mostrar hasta dónde había llegado su ¡tercer! salto estilístico. En un medio donde lo habitual era que un autor consagrado profundizara el tono o estilo encontrado, Breccia agotaba en pocos años determinado rumbo o aproximación para pasar rápido al siguiente. “Él siempre decía: ‘no me voy a quedar con una receta cómoda’”, revela Patricia. “Estaba en su esencia romper. Por eso siempre estaba adelantado a su época. Y por eso Mort Cinder cuando salió, no se vendía, muchos no lo entendían. Recién cuando fue un boom en Europa tuvo su rebote acá”.
Según Sasturain, las tres revoluciones que Breccia opera sobre su obra sucedieron en apenas veinte años. “El primer volantazo lo pega en los 50 cuando, ya consolidado con Vito Nervio como uno de los mejores dibujantes de historietas de aventuras del país, se encuentra con Oesterheld y transforma su técnica, la narración, todo lo que lo caracterizaba hasta ese momento, para hacer primero Sherlock Time y después Mort Cinder. Ahí estalla todo”, historiza. “El segundo, a fines de los sesenta, cuando hace la reversión de El Eternauta (ya con su hijo Enrique Breccia al lado), las primeras adaptaciones de Lovecraft y se encuentra con Trillo para hacer Un tal Daneri. Ahí vuelve a cambiar su lenguaje. Y el tercero, ya en los setenta, cuando ‘descubre’ el color y empieza a aplicarlo de manera drástica a sus unitarios. Otra gran cambio a todo nivel”.