Habia otra vez...



Por fin se recopilaron en nuestro país estas cinco historietas breves, realizadas entre 1979 y 1980 por Alberto Breccia y Carlos Trillo. Hasta hace poco, este material estaba inédito en nuestro país, o perdido dentro de antologías inconseguibles, de hace más de 30 años.
Acá hay dos historietas rarísimas, realmente alienígenas. La de Caperucita Roja, escrita por el propio Breccia, ambienta el clásico cuento en un suburbio de Buenos Aires y cambia tanto a los personajes que Caperucita termina como vedette en un teatro de revistas con olor a prostíbulo. Acá casi no se ve el trazo del Viejo Breccia, en ninguno de sus estilos. Toda la faceta gráfica está lograda con papeles recortados, con muy pocas líneas y manchas puestas por el autor sobre los mismos. Es un trabajo rarísimo, por momentos muy crudo (como los primeros capítulos de South Park) y por momentos genial. La forma en que el Viejo repiensa el tema de la espacialidad en la viñeta, la forma en que imagina estas composiciones y las plasma con formas que no brotan de su pincel sino de papeles recortados, es realmente impactante. Por supuesto, funciona bien porque se trata de un experimento de seis páginas. Quizás esto mismo en una historieta extensa, de 64 u 80 páginas, se hacía intragable.
La otra historieta muy rara es la última, de apenas tres páginas. Aquí sí escribe Trillo y lo que se supone que debería ser una reversión satírica de La Bella Durmiente rápidamente se convierte en un chiste no muy gracioso que involucra a Karen Quinlan (una chica que pasó años conectada a máquinas que la mantuvieron artificialmente viva) y a Walt Disney, de quien se decía que había sido criogenado tras su muerte en 1966. Los propios autores (brillantemente caricaturizados por Breccia) asumen el rol protagónico para estas 12 viñetas que –leídas lejos del contexto en el que fueron concebidas- resultan extrañísimas.
Las otras tres, son verdaderas gemas: Hansel y Gretel juega al límite del terror; Blancanieves tiene un príncipe que parece un cantor de tangos y enanitos con rasgos de personajes (y personalidades) del mundo del comic; y La Cenicienta está transplantada al presente, con un astro del rock (mezcla de Elvis y Sandro) en el rol del príncipe.
De todos modos, esto hay que comprarlo por el dibujo. Lo que hace Breccia en estas páginas es descomunal, no tiene explicación. El Viejo despliega su estilo bien grotesco, bien esperpéntico, bien granguiñolesco, para lograr personajes tremendos, de desaforada expresividad. A esto se le suma un color directo, aplicado con maestría, y –lo más notable- las texturas. Breccia mete todo tipo de recortes: papeles de empapelar paredes, fotos, cachos de tela, de arpillera, de bordados, de tejidos, texturas logradas con piedras y huesos, con cepillos, con tintas disueltas en líquidos más densos que el agua... un delirio total. Nunca vi uno de estos originales, pero imagino que deben ser un nirvana, algo capaz de producirle un ACV a cualquier profe de Dibujo de la secundaria. Lo más loco es que muchas de estas texturas no están para rellenar los contornos de las figuras, sino que reemplazan a las figuras! Breccia no dibuja un sólo árbol, por ejemplo. Todos los árboles están hechos con recortes de cosas cuya textura nos remite a la de los árboles. La técnica del collage aparece varias veces en la ilustre trayectoria del Viejo, pero creo que nunca me había detonado las retinas tanto como esta vez.

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