En cuanto cerramos las páginas de Charlie Moon, la obra de Carlos Trillo y Horacio Altuna, identificamos una sensación agridulce en nuestro metafórico paladar de lector, algo así como “¿Esto es todo?” El álbum apenas llega a las 50 páginas de historieta, repartidas en cinco capítulos de entre cinco y catorce páginas. Trata, además, de las mínimas peripecias de su protagonista homónimo, un adolescente que se busca la vida en los duros años ’30 del pasado siglo; anécdotas que no apuntalan un claro sendero biográfico (ignoramos dónde nace, quiénes son sus padres, incluso su edad), que se suceden sin cronología determinante, sin amagar tampoco un final que recoja las piezas o proporcione una enseñanza. Cinco delicados engarces que podrían haber sido 20 más, que deberían haber sido 20 más, seguramente, para conformar un gran fresco que no dejase a nuestro chaval descarriado, por esos mundos de Dios, con el bagaje único de su resignada inocencia ante una realidad implacable.
Cinco pinceladas líricas de juventud. Tal vez cinco despertares, o cinco intentos. Confrontaciones tímidas con el arrogante mundo adulto, teñidas de fatalidad y tristeza. Acaso basten. Un primer contacto con el ídolo con pies de barro, el mito que proyecta luz idealizada sobre la gris existencia, bailando en una buhardilla llena de sueños entre la ropa tendida. La civilizada brutalidad del hombre de negocios que ve morir, impasible, al jornalero que es tu amigo. El desconocido amable, un día cualquiera, sin una razón (o quizá demasiadas) para serlo. La chica con quien te quedas solo, turbado, balbuceando vaguedades. La comunidad que oculta sus vergüenzas bajo la alfombra perversa de la moralidad, el machismo o el racismo. Y, siempre, los silencios, las miradas, la insatisfacción. Sí, acaso basten.