MANGAS DE JUNIO
Un signo de estos tiempos es que las historias se trasvasan de un género a otro con gran fluidez. La novela que escribió Marguerite Duras en 1984, por la que obtuvo el prestigioso Premio Goncourt ahora tiene su adaptación al manga. Antes tuvo una célebre adaptación al cine en 1992 a cargo de Jean-Jacques Annaud. La propia Duras escribió una segunda parte para poner los puntos sobre las íes tras quedar descontenta de la adaptación de Annaud y la tituló “El amante de la China del Norte”. Todo este material literario, con el añadido de la novela “Un dique contra el Pacífico”, fue lo que la japonesa Kan Takahama tuvo en cuenta para realizar su adaptación entre 2018 y 2019.
“El amante” es la relación de una Marguerite Duras con quince años y medio en Vietnam en 1930 con un joven chino rico que la corteja. Son dos personajes que pertenecen a mundos completamente diferentes. Aunque su éxito tuviera mucho que ver con ser una obra literaria con contenido erótico narrada en primera persona por una mujer, no está ahí el tuétano de la novela. “El amante” es la plasmación de lo que es convivir con una familia tóxica, con una familia que te cercena tus sueños y aspiraciones y que te obliga plegarte a sus deseos.
Manga unitario.
DOS TOMOSHoy en día tenemos el amor por un concepto universal, un sentimiento extensible a todos los ámbitos de nuestra vida pero especialmente determinante en su acepción romántica vinculada con el afecto, la pasión y el deseo carnal. Esta etérea y espiritual noción, cultivada a lo largo de la historia por todo tipo de autores, se traduce en un conjunto de sensaciones personales que la ciencia explica como una serie de reacciones químicas de nuestro cuerpo favorecidas por la evolución biológica y por diversos condicionantes sociales y culturales propios del ser humano. El amor en nuestro marco geográfico se ha visto influenciado decisivamente por la religión cristiana cuyos virtuosos principios acabarían matizando el amor cortés medieval asumiendo carácter divino aptitudes como la paciencia, la castidad y la contención en las mujeres y el vasallaje y el honor en el hombre. Ese era el camino para alcanzar el ideal del amor dentro del matrimonio contrario a la más dudosa alternativa promovida por juglares y trovadores. Todo esto ha supeditado la manera en la que históricamente hemos entendido, vivido y combatido un concepto tan invasivo y virulento como el amor.
En la filosofía oriental el sufrimiento más nocivo viene promovido por el deseo, un impedimento para llegar a la iluminación y la verdadera virtud, un elemento que otorga una personalidad y valores distintos del amor occidental. En Japón el contacto físico entre las personas, incluso cuando hablamos de las más próximas y familiares, está muy limitado, la educación del país prima la independencia y las formas y eso en la actualidad ha alimentado a toda una generación de jóvenes aquejada por el llamado «síndrome del celibato», atrapados en las redes virtuales y reticentes a las relaciones sexuales. Pero todo esto no quiere decir que el amor haya sido una cuestión ausente en su cultura, en las obras de sus escritores y poetas o, por supuesto, en el trabajo de todo tipo de mangakas y autores del cómic japonés. En esta categoría no iba a amilanarse un nombre tan importante como el de Osamu Tezuka, el apodado «dios del manga», siendo el mismo concepto del amor un tema ampliamente tratado en sus mangas y, particularmente, protagonista de la historia que narraría en la presente La canción de Apolo. Este título enclavado en el «período oscuro» o gekiga de Osamu Tezuka se publicó originalmente en 1970 en la revista Weekly Shōnen King de Shōnen Gahōsha y llega ahora a nosotros de la mano de ECC Ediciones.
Estamos hablando de un trabajo seminal en ese giro a su carrera que daría Osamu Tezuka en los años setenta, un momento de ruptura en los que sus inicios en el manga empezarían a dar paso a una nueva personalidad artística, pasando de firmar títulos como Kimba (1950), Astroboy (1952) o La Princesa Caballero (1953) a historias más profundas, arriesgadas y de tono más adulto en la línea de El Libro de los Insectos Humanos (1970), Buda (1972), Black Jack (1973), MW (1976) o Adolf (1983). Pero además, La Canción de Apolo estuvo marcada por la actualidad del momento, una en la cual la educación sexual de los niños era un importante tema de debate en la sociedad japonesa, y también por una mala racha personal de su autor -principalmente por su relación con los ejecutivos y sindicatos de su propio estudio de animación Mushi Pro Shôji– motivando en él una narrativa más lúgubre y pesimista de lo habitual protagonizada por uno de los protagonistas con más sombras de su bibliografía. Esto resultaría, en palabras del propio Osamu Tezuka, en «un manga de juventud» en el que reconoce la decisiva influencia de la corriente gekiga de la época en la que militaban mangakas como Yoshihiro Tatsumi, Takao Saito, Kazuo Umezu o Matsumoto Masahiko que a la postre serían los auténticos padres del manga moderno.
MANGA UNITARIO