EL FICCIONARIO
Horacio Altuna se estableció en España en 1982, fijando su residencia en Sitges. Es entonces cuando el dibujante argentino se convierte también en guionista. Por una parte, continuar la colaboración con su socio creativo habitual desde hacía años, Carlos Trillo (El último recreo), que se había quedado en Argentina, resultaba complicada en una época en la que no existía internet; ambos autores acostumbraban a discutir y construir sus guiones juntos y esto ya no era posible. A ello se añadía su deseo de dar un paso adelante profesionalmente ilustrando sus propias historias.
Altuna consiguió un hueco en la editorial Toutain, referencia fundamental en la edición de cómics en España en los años ochenta, en un momento en que muchos de los autores «de plantilla» de esa casa se marcharon para fundar otra publicación. Eso le brindó una magnífica oportunidad al dibujante que, no obstante, hubo de plegarse a las exigencias del editor, que le pedía historias de ciencia ficción, género por el que Altuna no sentía excesivo cariño, moviéndose con mayor soltura en el ámbito de las historias de corte social. Así que en su primera obra como autor completo, Ficcionario (publicada en capítulos en la revista 1984), lo que hizo fue fusionar ambos territorios.
El protagonista, Beto Benedetti, es un inmigrante, un pobre infeliz al que las difíciles circunstancias en las que se desarrolla la vida del futuro vapulean sin que él pueda hacer demasiado por defenderse. El pesadillesco mundo venidero con que nos golpea Ficcionario es urbano, despiadado, sin valores morales y profundamente segregado. Siguiendo las desventuras de Beto nos toparemos con algunos de los personajes y lugares que habitan este nada deseable porvenir: androides biológicos destinados a proporcionar servicios sexuales, empresarios aficionados a las snuff movies, robots programados para “suicidarse” cuando muere su dueño, brutales agentes de policía al servicio de la élite, refugios nucleares, hombres experimentales que huyen de los científicos que trastean con ellos, barrios marginales, centros de salud sólo preocupados por mantener la eficiencia laboral del individuo, controles obligatorios a domicilio de tensión sexual e irritabilidad, una burocracia delirante e ineficiente que propicia el tráfico clandestino de nuevas identidades, empresas privadas de eutanasia que ofrecen muerte feliz a cambio de los órganos…